domingo, 28 de septiembre de 2014
jueves, 18 de septiembre de 2014
"Diario Sur", 12 de septiembre de 2014
LA VIDA EN UN HILO
Cartas de Sotogrande
SARA RODRÍGUEZ MATA
En los tiempos que corren algunas profesiones se mantienen con el coraje y
el entusiasmo de personas que se niegan a resignarse y a aceptar
voluntades azarosas e imposiciones que traen los nuevos estilos de vida.
La de editor, sin duda, es una de ellas; y Edinexus, que acaba de
cumplir veinte años, es un ejemplo de ello. Capitaneada por José María
Sánchez-Robles, la editorial mantiene la consigna de que la calidad es
mejor que la cantidad (aunque, bien es cierto que no siempre están
reñidas). Siguiendo esa máxima y persiguiendo siempre la excelencia se
ha publicado recientemente 'Cartas de Sotogrande' (2014), del periodista
Joaquín Santaella.
El libro surgió como un encargo profesional con motivo del cincuenta aniversario de Sotogrande, pero no es un ensayo histórico sobre su fundación y mucho menos un libro que se recree en los cotilleos de los personajes del papel couché que se han dejado caer por la Ryder Cup. 'Cartas de Sotogrande' concede el verdadero protagonismo a la localidad de San Roque y a su urbanización, mientras que los personajes están al servicio de ella. Echando mano de la correspondencia mantenida durante años con una amiga, Santaella ha compuesto un relato vivo y fresco, a caballo entre la ficción y la realidad -insertado en un nuevo tipo de género narrativo que denomina relataje-, sobre las personas y las vivencias que han enriquecido su vida, y que nunca hubieran existido si no hubiera seguido a una bella mujer de la que se enamoró, que a la postre ha sido la verdadera responsable. A través de cuatro extensas cartas (una por cada estación), el autor comienza remontándose a los orígenes, cuando en la década de los sesenta, un exmilitar y empresario, Joseph McMicking, buscaba un nuevo lugar donde invertir, con buenas comunicaciones y excelente clima, y lo encontró en la localidad gaditana de San Roque. Allí construyó un campo de Golf y en torno a él levantó una serie de viviendas que hoy componen la exclusiva urbanización de Sotogrande.
Pero, ¿qué tiene de especial y qué la hace atractiva para ser visitada? Esa era la pregunta que nos formulábamos un grupo de amigos al término de la presentación del libro, reconociendo la falta de interés por visitar esa zona tan próxima a Marbella. Sin embargo, quedamos en concretar una próxima visita para conocer esa sociedad diversa y ese clima de los que tanto habla Santaella. Nos daremos prisa y confiaremos en que cuando la visitemos todavía encontremos algo de aquello que enamoró a tantas personas y que, según el autor, está desapareciendo para dar paso a un nuevo momento histórico que no desea mencionar.
Enlace:
http://www.diariosur.es/opinion/201409/12/cartas-sotogrande-20140912003236-v.html
El libro surgió como un encargo profesional con motivo del cincuenta aniversario de Sotogrande, pero no es un ensayo histórico sobre su fundación y mucho menos un libro que se recree en los cotilleos de los personajes del papel couché que se han dejado caer por la Ryder Cup. 'Cartas de Sotogrande' concede el verdadero protagonismo a la localidad de San Roque y a su urbanización, mientras que los personajes están al servicio de ella. Echando mano de la correspondencia mantenida durante años con una amiga, Santaella ha compuesto un relato vivo y fresco, a caballo entre la ficción y la realidad -insertado en un nuevo tipo de género narrativo que denomina relataje-, sobre las personas y las vivencias que han enriquecido su vida, y que nunca hubieran existido si no hubiera seguido a una bella mujer de la que se enamoró, que a la postre ha sido la verdadera responsable. A través de cuatro extensas cartas (una por cada estación), el autor comienza remontándose a los orígenes, cuando en la década de los sesenta, un exmilitar y empresario, Joseph McMicking, buscaba un nuevo lugar donde invertir, con buenas comunicaciones y excelente clima, y lo encontró en la localidad gaditana de San Roque. Allí construyó un campo de Golf y en torno a él levantó una serie de viviendas que hoy componen la exclusiva urbanización de Sotogrande.
Pero, ¿qué tiene de especial y qué la hace atractiva para ser visitada? Esa era la pregunta que nos formulábamos un grupo de amigos al término de la presentación del libro, reconociendo la falta de interés por visitar esa zona tan próxima a Marbella. Sin embargo, quedamos en concretar una próxima visita para conocer esa sociedad diversa y ese clima de los que tanto habla Santaella. Nos daremos prisa y confiaremos en que cuando la visitemos todavía encontremos algo de aquello que enamoró a tantas personas y que, según el autor, está desapareciendo para dar paso a un nuevo momento histórico que no desea mencionar.
Enlace:
http://www.diariosur.es/opinion/201409/12/cartas-sotogrande-20140912003236-v.html
"La Opinión de Málaga", 10 de septiembre de 2014
Libros en Málaga
Cartas de Sotogrande
Cartas de Sotogrande
Centro Cultural Cortijo de Miraflores
Avenida José Luis Morales y Marín, s/n 29601 - Marbella
10 de Septiembre de 2014
Presentación libro de Joaquín Fernández de Santaella Martín-Artajo
Con un buen bagaje periodístico, pues fue corresponsal de la Agencia EFE en Brasil y subdirector del suplemento dominical de ABC, Joaquín Fernández de Santaella Martín-Artajo es un destacado escritor. Desde hace mucho tiempo reside en Sotogrande, esa curiosa joya del Campo de Gibraltar, y el libro que ahora publica expone en forma de reportaje personal e intimista cómo es Sotogrande durante todo el año desde el punto de vista de las personas que viven allí en las cuatro estaciones.
En estas cartas que envía a una amiga, Joaquín Santaella, levanta la verja de entrada y, con un tono amable, va arrastrando al lector de uno a otro personaje de una a otra casa, de una a otra historia, hasta completar un estupendo retrato del lugar que no tiene precendentes.
Presentado por la periodista Berta González de Vega y el experto en turismo Rafael de la Fuente. De ediciones Edinexus.
Con un buen bagaje periodístico, pues fue corresponsal de la Agencia EFE en Brasil y subdirector del suplemento dominical de ABC, Joaquín Fernández de Santaella Martín-Artajo es un destacado escritor. Desde hace mucho tiempo reside en Sotogrande, esa curiosa joya del Campo de Gibraltar, y el libro que ahora publica expone en forma de reportaje personal e intimista cómo es Sotogrande durante todo el año desde el punto de vista de las personas que viven allí en las cuatro estaciones.
En estas cartas que envía a una amiga, Joaquín Santaella, levanta la verja de entrada y, con un tono amable, va arrastrando al lector de uno a otro personaje de una a otra casa, de una a otra historia, hasta completar un estupendo retrato del lugar que no tiene precendentes.
Presentado por la periodista Berta González de Vega y el experto en turismo Rafael de la Fuente. De ediciones Edinexus.
Enlace:
domingo, 14 de septiembre de 2014
Presentación en Marbella, 10 de septiembre de 2014
viernes, 12 de septiembre de 2014
jueves, 11 de septiembre de 2014
La revista del hotel Marítimo de Sotogrande
Entrevista a Joaquín Santaella, autor de Cartas de Sotogrande
¿Por qué publiqué mis Cartas de Sotogrande?
Que levante el dedo aquél o aquélla a quien nunca le hayan hecho la siguientepregunta. Pero, vamos a ver, ¿tú qué haces viviendo en Sotogrande? Tantas veces me la hicieron a mí, que ello fue motivo más que suficiente para publicar mi último libro, Cartas de Sotogrande. Eché entonces mano de la rica correspondencia mantenida durante años con cierta buena amiga mía, una de las personas que más afectuosa, repetida y sinceramente me lo preguntaron nunca.
¿Qué quieres que conozca o sienta el lector a través de este libro?
Llevaba tiempo queriendo sacar algo sobre este lugar, algo que estuviese a medias entre la historia y la novela, entre la realidad y la ficción, donde el rigor histórico fuese lo de menos, y lo importante de verdad, que el lector quedara atrapado de principio a fin en un relato amenísimo a lo largo de sustrescientas páginas con dibujos a color.
Al mismo tiempo quería que descubriese la vida de Sotogrande, en el caso de que no la conociese, o se identificase con ella, en el caso de que sí; y se regocijara con la vivencia literaria de este sitio tan raro, en el mejor sentido de este adjetivo, que no es ni campo, ni pueblo, ni ciudad. Además, pretendía que el lector viviese situaciones que se dan en su día a día a lo largo del año, que tienen poco que ver con lo que de esta urbanización se conoce por la tele durante el mes de agosto.
¿Qué personajes sereflejan en la obra?
Lo que fue saliendo en las Cartas a mi amiga fue mi ni más ni menos mi visión deresidente, pues en ellas iban apareciendo todos aquellos personajes que enriquecían mi vida aquí, de los más estrafalarios y curiosos que he conocido alo largo y ancho de este mundo, algunos de los cuales son, en estas páginas,completamente reales, mientras otros los son mixtos en el sentido de camuflada su identidad.
¿A qué géneroliterario pertenece?
Lo que salió fue ese producto que el lector tiene, o acaso tendrá próximamente, en sus manos, y que entraría de lleno en ese género que yo llamo relataje, al estara medio camino entre el relato y el reportaje.
¿Cómo conseguiste la publicación?
Quiso la providencia que el propietario y titular de la editorial Edinexus se interesara por mi libro para su publicación, con vistas a cubrir la laguna literaria existente acerca de este entorno, y qué mejor motivo que a propósito del cincuenta cumpleaños de la urbanización. Todo ello sin perder de vista el objetivo de dejar claro que, después de medio siglo, se ha generado aquí una sociedad diversa donde ya hay un poco de todo.
¿Por qué viniste a vivir a Sotogrande?
Muchas veces había estado yo aquí a lo largo de mi juventud, pasando temporadas en casas de primos y amigos que aquí vivían de antiguo, pero nunca imaginé que algún día llegaría a ser mi lugar de residencia. De hecho, si por aquellos años me hubiesen dicho que yo terminaría viviendo en Sotogrande, les habría puesto una cara de interrogación como tomándoles por locos. Sin embargo, amigos mío, ya van para diecisiete los que llevo en este raro paraíso, a donde llegué detrás de una señora muy guapa y simpática que aquí tenía y tiene su vida hecha. Por amor me vine, por amor me quedé, por amor dejamos esa historia, por amor seguimos siendo amigos.
Enlace:
PRESENTACIÓN LIBRO DE JOAQUÍN SANTAELLA
Cartas de Sotogrande■ Conferencias | ||||||
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Con un buen bagaje periodístico, pues fue corresponsal de la Agencia EFE en Brasil y subdirector del suplemento dominical de ABC, Joaquín Fernández de Santaella Martín-Artajo es un destacado escritor. Desde hace mucho tiempo reside en Sotogrande, esa curiosa joya del Campo de Gibraltar, y el libro que ahora publica expone en forma de reportaje personal e intimista cómo es Sotogrande durante todo el año desde el punto de vista de las personas que viven allí en las cuatro estaciones. En estas cartas que envía a una amiga, Joaquín Santaella, levanta la verja de entrada y, con un tono amable, va arrastrando al lector de uno a otro personaje de una a otra casa, de una a otra historia, hasta completar un estupendo retrato del lugar que no tiene precendentes. Presentado por la periodista Berta González de Vega y el experto en turismo Rafael de la Fuente. De ediciones Edinexus. Enlace: http://www.marbella.es/inicio/agenda-de-marbella/eventodetalle/15248/-/cartas-de-sotogrande.HTML |
miércoles, 10 de septiembre de 2014
lunes, 8 de septiembre de 2014
Reportaje en "El País Semanal", 24 de agosto de 2014
REPORTAJE
La burbuja de Sotogrande
Nació hace medio siglo para ser el lugar más selecto de la Costa del Sol. Su clientela teme el desembarco de los nuevos ricos
Sotogrande comienza al otro lado de la barrera y la garita de
seguridad. No hay un alma en la calle. Las cinco de la tarde parecen
aquí una hora somnolienta. No se oye un ruido. Tampoco hay aceras.
Atravesamos casas y parcelas. Una moto. Badenes. Un tipo suda haciendo
footing. A la puerta de un club de golf
nos espera un Jaguar descapotable. Nos guía hacia uno de los confines
de la urbanización. Se detiene ante la rampa de acceso a una residencia.
La puerta mecánica se abre. El Jaguar prosigue hacia lo alto, rodeando
una edificación rectilínea, ribeteada de vegetación mediterránea, y
esconde el morro bajo un porche de glicinias. A la entrada, espera un
hombre de 53 años. Mediana estatura, voz agrietada, de nombre Luis.
Prefiere no hacer públicas más señas. Ni apellidos ni títulos
nobiliarios. Una ley no escrita en la comarca.
El exhibicionismo queda fuera de la burbuja. Digamos, sencillamente,
que el señor con la mano tendida es un veterano en esta tierra.
Empresario. Familia con escudo. Su boda apareció en la crónica social
del diario Abc, y entre los testigos desfilaron del marqués de
Cubas a la dinastía Hohenlohe. En un momento dado dirá que se tiene que
ir porque no llega a una “conference call”. En otro instante: “La gente
aquí quiere estar tranquila, bastante tensión tiene todo el año”.
Entre tanto, muestra la casa “de un amigo” levantada hace ocho años por el arquitecto Valentín de Madariaga.
Proyectista del lujo, con varias residencias en la zona, y cuyo estilo
autodenomina “tecnoárabe”. Una relaciones públicas ha querido que
valoremos la vivienda para evidenciar cómo Sotogrande es un lugar distinto a Marbella:
“No hay grifería dorada; y, para que lo entiendas, no es tanto de
Ferraris y Lamborghinis como de Aston Martin y Jaguar”. En el interior
de la mansión, pasamos junto a una alfombra de piel de león, con la
cabeza aún pegada al cuerpo y enseñando los dientes como si lo hubieran
disecado en el último rugido; proseguimos bajo una cúpula de estilo
tunecino, y atravesamos estancias decoradas con reproducciones
fotográficas “de primer nivel”: unas favelas en la pared del comedor,
mujeres cuya lencería húmeda transparenta el vello púbico (el dueño las
llama “mis primas”), colgadas en el pasillo.
Abandonamos los muros blancos. Fuera hay una hierba tierna como la
moqueta de un palacio. Una piscina desborda un hilo de agua y la deja
caer como una cascada. Se ve el mar, cinco kilómetros más abajo.
Entremedias, todo es Sotogrande: unas 3.000 hectáreas de silencio y
palmeras, 4.560 viviendas, 2.904 personas censadas, una población
flotante que se triplica en verano, una autopista que parte en dos la
urbanización, y un pequeño pueblo en medio donde entre otras señales
luce el neón de un prostíbulo, nueve campos de golf, cuatro clubes de
tenis, otros dos de polo y dos más de hípica, un colegio internacional,
27 bares y restaurantes, un puerto y una marina con el mayor número de
atraques de Andalucía. Unos 250 comercios. Entre ellos, Mercadona, donde
al principio muy pocos confesaban acudir a llenar la nevera.
Las conversaciones aquí suelen empezar por el estado del viento. Luis
menciona el “ponientazo” de estos días, un aire seco, cálido y
perfumado de lavanda. Luego narra cómo llegó en 1971, cuando era un niño
y el franquismo daba los últimos coletazos, y se recrudecía la amenaza
de ETA en San Sebastián. Allí solían pasar las vacaciones. Cuando
desembarcaron en Sotogrande no había más de cincuenta casas. Todo era
campo. Todo era gratis. Todas las familias se conocían. Y todas de
renombre. Como si fuera un tiempo mítico, pervertido por los años, los
pioneros recuerdan veranos asilvestrados, en los que solo existía un
campo de golf y en él se jugaba la Copa de Baco (por cada golpe sobre
par, un trago de fino); pescaban ranas en el río Guadiaro; una yinkana
llevaba a los críos de casa en casa, y se coronaba a la más bella como
Miss Sotogrande.
El título lo ostentaron, entre otras, Teresa Prado, hermana del
actual presidente de Endesa, Borja Prado, nieta del marqués de
Castiglione e hija de Manuel Prado Colón de Carvajal (administrador
privado del rey Juan Carlos, senador, presidente de Iberia y Aena, y
condenado con Javier de la Rosa durante el macroproceso KIO); y también
se coronó a Cristina Soriano y Loinaz, que “era un cañón” y tres veranos
después se casó con un hijo de los marqueses de la Viesca de la Sierra,
con asistencia a la ceremonia de los reyes de Bulgaria y la infanta
Pilar de Borbón, asidua a la urbanización, y la presencia de otros
apellidos de Sotogrande, como los Zóbel y los Sainz de Vicuña, cuyo
pater familias, Juan Manuel, le había entregado aquel galardón de
belleza estival; un hombre a su vez casado con una sobrina de Primo de
Rivera, que forjó parte de su fortuna al introducir durante la dictadura
la Coca-Cola en España. Fue presidente de la compañía, y aún hoy la
fundación de esta empresa conserva su nombre.
Los linajes marean. Y sus cargos. Y el número de vástagos y la
herencia de sus títulos. Uno se podría pasar días revisándolos para
hallar las conexiones. Los hilos. Las tramas del poder. Las tierras y
las compañías que poseen. Muchos de los dueños de todo eso se reúnen
cada verano en Sotogrande desde hace 50 años. Algunos de sus hijos se
conocieron aquí, y en aquellos días largos de los setenta y ochenta se
fueron entrelazando; ahora son sus nietos los que beben un gin-tonic en
el afterpolo, y montan a caballo y juegan al golf. Todos circulan por
aquí en bañador y alpargatas. Con sombrero Panamá, discreción y
anonimato. En coches que huelen a cuero nuevo y en utilitarios con mucho
rodaje.
Tal y como resume José María Ne Solano, dueño de varios negocios de
hostelería en la zona: “Aquí ves a un tío montado en una bici, te
enteras del nombre y alucinas”. Se trata de un turismo familiar, de gama
alta y puertas adentro. En palabras del marqués sin nombre: “Los que no
queremos que nos vean, no nos ven”.
Lo habitual es organizar aperitivos para multitudes y cenas para los
íntimos, y uno puede seguir esa pista por el número de coches aparcados
junto a la cancela. En otro tiempo no había que cursar invitación.
“Bastaba con decírselo a dos o tres, de modo que corriese la voz, y así
se enteraba la gente; o todo lo más con un cartel en el club de playa
del Cucurucho”, narra el periodista y escritor Joaquín Santaella en su
libro recién publicado Cartas de Sotogrande
(Edinexus). Un relato que mezcla realidad y ficción, y disecciona la
urbanización a lo largo de las estaciones. Santaella reside aquí de
enero a julio y de septiembre a diciembre. En agosto se da a la fuga, en
cuanto “empiezan a aparecer todoterrenos acorazados de donde salen
niños y niñas, todos muy rubios, así como sirvientas de varias
nacionalidades, todas morenas”, dice en el libro. Regresa a tiempo para
la fiesta Al fin solos, que celebran en septiembre quienes viven de
forma habitual. Santaella se siente un “bicho raro” en esta tierra; y
ahora, mientras sorbe un refresco en el puerto, le pregunta a su amigo
Ne Solano: “¿Y no crees que el futuro va a estar caracterizado por la
presencia de rusos y chinos?”. Ese es el dilema en Sotogrande: ¿es
posible mantener la burbuja? ¿Se aproxima una invasión?
En esta misma marina, cuenta Santaella en su obra, estalló a
principios de siglo el yate de un mafioso de nombre Buzinski, que solía
tener apostados hombres con metralletas a la puerta de casa. Imposible
trazar el rastro de la noticia. Lo que sí recogen los diarios, más o
menos por aquellas fechas, es la detención en su vivienda de Sotogrande
de Vladímir Gusinski, magnate moscovita de la comunicación, de origen
judío. Considerado “el enemigo número uno de Vladímir Putin”. Acusado
por la fiscalía rusa de una estafa de 240 millones de euros. El día en
que la Policía española hizo cumplir la orden de captura internacional,
el tipo exclamó desde el corazón del lujo: “Están cometiendo un error.
No sabéis quien soy; soy amigo de Bill Clinton”. Durmió unos días en
Soto del Real, igual que haría años después otro de los veraneantes, Francisco Correa, el presunto cabecilla de la trama Gürtel,
con un yate también en este puerto. En prisión, Gusinski recibió la
visita del embajador israelí en España. Pagó la fianza. Volvió a
Sotogrande. Desapareció. Hubo noticias suyas en Tierra Santa. Y en
Atenas. En cambio, Correa, señala alguna crónica más reciente, permanece
por la zona y ficha cada día en los juzgados de San Roque (Cádiz), el
municipio al que pertenece la urbanización.
Santaella añade que aquello sucedió en otra era. Ahora llegan
familias de rusos “normales”. Pero rusos al fin y al cabo. Su amigo Ne
incide: “Se va a producir un cambio brusco. Conservar un cortijo es muy
caro. Las grandes familias han pretendido que esto permanezca cerrado.
No quisieron que se construyera el puerto [se inauguró en 1988]. Ni el
puente que lo unía a la urbanización. No hay dinero para mantenerlo.
Ahora toca abrirlo”. En este lugar, donde a alguno aún le sienta mal que
el heredero de una corona se casara con la nieta de un taxista (este
tipo de debates enardecían las cenas hace diez años, según el escritor),
la pureza y el linaje chocan con los nuevos tiempos. “Y esos leones
decorativos que han metido ahora en el Cucurucho…”, concluye Ne sobre la
remodelación del club donde aprendieron a nadar los niños de la
aristocracia, a cargo ahora de la empresa hostelera de Marbella
Trocadero. Un símbolo del cambio en un paraje donde, de momento, no se
lleva abrir una botella de champán en la tumbona. Ni los felinos: “Esto
en Sotogrande duele”.
El siguiente símbolo lo encontramos en casa de una princesa iraní.
Sobre la mesa de su despacho descansa una noticia del día: “Caberus
compra Sotogrande, el resort de los ricos en España, por 220 millones”. Y
añade, unos párrafos más abajo, la intención de NH, grupo propietario
de Sotogrande SA, de “deshacerse de su elitista pero ruinosa gema
gaditana”. La princesa, Golnar Bajtiar, posee una inmobiliaria en el
sótano de su mansión. Acaba de llegar a bordo de un Porsche Cayenne de
mostrarle una vivienda de siete millones a una pareja ucrania. “Antes
venían familias con mucha solera”, dice. “Ahora son ricos. El mundo ha
cambiado”.
Criada en una familia de la nobleza tribal de Irán, huyó del país con la revolución de los ayatolás.
Su tío, Shapur Bajtiar, fue el último primer ministro del sah. Murió
asesinado en París en 1991. Su padre estuvo al frente de los servicios
secretos… Detiene el relato, cuando una nube recorre su mirada, hasta
hace nada cubierta por unas gafas de sol de Dior. Para reconstruir su
vida, recaló en Sotogrande. Su marido era amigo del impulsor de la
urbanización, un coronel llamado Joseph McMicking que combatió en la II
Guerra Mundial a las órdenes de MacArthur. Conocido en la urbanización
como “tío Joe”, y casado con Mercedes Zóbel Roxas, se convirtió en uno
de los ejecutivos clave en la Ayala Corporation, fundada en Filipinas
por estirpes de origen español, los Ayala y los Roxas, en tiempos de la
colonia. Hoy sigue siendo uno de los conglomerados clave del país,
propietario del Banco de las Islas Filipinas. Sus directivos aún se
cuentan entre los ilustres de Sotogrande. Con club de polo propio.
Al buscar el camino de salida en casa de la noble iraní, nos sonríe
su asistenta uniformada. También filipina. Lolita Bustamante, se
presenta mientras dobla sábanas, lleva 33 años aquí. Se interesa por
nuestro oficio. Dice que estudió periodismo en su tierra hace tiempo.
“El mundo es así, qué le vamos a hacer”. Poco antes, cuando Bajtiar nos
daba una vuelta por su parcela y se detenía en un jazmín rojo que trajo
de Birmania, conocimos a su jardinero, un lugareño de mediana edad con
una hernia en la tripa. De ambos empleados nos acordamos cuando
descendemos al puerto, donde se celebra la feria del atún. Allí se
encuentra el alcalde de San Roque, el socialista Juan Carlos Ruiz Boix.
Frente a una imponente vista del peñón de Gibraltar, explica que
Sotogrande es el segundo motor económico del municipio, tras el sector
petroquímico del que tira la refinería de CEPSA. Una fuente de “riqueza y
empleo” que genera “dos o tres puestos de trabajo” por casa; muchos,
contratados en los alrededores. El contraste resulta notable. Campo de
Gibraltar es una de las áreas más deprimidas de España: la renta media
ronda los 10.000 euros y hay un 35% de paro. “Queremos hacer compatibles
ambos mundos”, añade Ruiz Boix. “Pero Sotogrande no puede ser un
turismo de masa, sino de alto poder adquisitivo”.
Una burbuja en la Costa del Sol. Ese fue el sueño de McMicking y sus
sobrinos Jaime y Enrique Zóbel, de Ayala Corp. Según se ha contado la
historia, quisieron levantar en el sur de Europa un lugar que recordase a
Palm Beach (Florida). Donde se jugase al polo y al golf. Compraron la
finca Paniagua. El terreno tenía playa, río, bosques frondosos de
alcornoque. Gibraltar, con aeropuerto internacional, a 20 kilómetros
escasos. Y más propiedades a explotar en los alrededores. Se comenzó la
obra con el trazado de unos hoyos al borde del mar: el Real Club de Golf
de Sotogrande, que este año cumple medio siglo. Y se siguió con unas
avenidas anchas (más incluso que la carretera de Málaga a Cádiz) y
moteadas de palmeras, con cableado subterráneo y colectores rojos de
agua. Puro estilo americano. Un imán para extranjeros. El cierre de la
verja que rodea el Peñón, decretado por Franco en 1969, obligó a
McMicking y sus sobrinos a tocar a la puerta de familias españolas.
Llegaron apellidos conocidos. Se vendió como una alternativa pausada a
Marbella. Y fue la época del “todo gratis”: del golf a la electricidad,
parte de los gastos corrían a cargo de “tío Joe”, obsesionado con
promocionarla. Cuenta el escritor Santaella que en la inauguración de El
Cucurucho, se trajeron a Frank Sinatra. Y quienes fueron asentándose,
los pioneros, suelen hablar con nostalgia de aquellos días en que “solo
había 50 familias”. Esto era un vergel anónimo. Y ellos, dejan intuir,
se sentían más felices.
A media tarde, cuando el Poniente comienza a traer una brisa fresca
que obliga a sacar las chaquetas del maletero, una mujer elegante, de
pelo rubio y mirada clara, se sienta en una de las mesitas sobre el
césped. Tiene 40 años y, frente a ella, en medio del remolino de
sombreros, se entregan los trofeos de la copa de bronce del 43º Torneo
Internacional de Polo. Su marido, Álvaro de Rivera y Olalquiaga, hijo
del marqués de San Nicolás, serio y con el cabello peinado hacia atrás,
se escabulle a pedir unas bebidas. Ella, Belén Domecq Zurita, le encarga
una coca-cola y trata de explicar cómo ve este lugar: “Es complicado.
La premisa es la prudencia. No contar mucho. Es parte del secreto de
Sotogrande”. De hecho, aunque haciendo gala de esa prudencia, ha
preferido disimular su nombre, unos minutos después alguien prevenido en
el papel cuché la reconoce como miembro de la familia jerezana. “Antes
era completamente diferente”, prosigue. “Cuando tenía 15 años hacíamos
sangriadas y hogueras en la arena. O quedábamos en casas. No había
sitios como este donde dejarse ver. Al polo se jugaba en la playa”. El
acontecimiento del verano, añade, era la obra de teatro que escribía y
dirigía el jurista Antonio Garrigues Walker.
Se representaba en el jardín de su casa. Para veraneantes en
Sotogrande. Con intérpretes de Sotogrande. “Era el evento único y
total”, dice Domecq. “Todos han sido actores de la Oda. Y todos hemos
ido a verla”.
Ahora, la competición equina es la principal pasarela. La imagen
icónica. El recinto donde se dejan retratar Jaime de Marichalar, Ana
Rosa Quintana y Sarah Ferguson. Un punto de encuentro entre campos de
hierba algodonada. Con tiendas, bares y restaurantes. Y donde un coche
de golf te acerca a las instalaciones. El torneo, organizado por Santa
María Polo Club, se ha colado entre los grandes de la disciplina, “y ha
matado la temporada de alto nivel de agosto en Inglaterra”, recogía en
junio Financial Times. En estos momentos, hay 1.200 caballos de
medio mundo en las cuadras de la región. El yate de James Packer,
tercera fortuna de Australia, dueño de un imperio de casinos, y uno de
los patronos más importantes de este deporte, fondea frente al puerto
con tantas antenas y satélites que parece una fragata de la guerra fría.
Acaba de ganar sobre la hierba el argentino Adolfo Cambiaso,
considerado el mejor jugador de la historia. Y mientras este golpeaba la
bocha, Camilo Bautista, magnate de las finanzas colombiano, y patrón
del equipo Las Monjitas, con perfil bajo, gafas de sol redondas y
alpargatas, comentaba en su palco: “Aquí tienes el clima, el mar, la
piscina. Apenas llueve. Un placer para uno y la familia. Ofrece
distracción y seguridad. En este mundo globalizado, la oficina la tienes
donde te sientes. Es como tomar unas vacaciones, mientras pasas un mes
jugando al polo”. Un deporte raro en el que quienes lo financian, como
él, son uno de los cuatro jugadores que saltan al campo; habitualmente,
el peor de ellos. Un disciplina aún deficitaria. De público selecto y
escaso. Pero en expansión en Sotogrande.
Desde estos campos, se ve un terreno yermo sobre el que la familia
Mora-Figueroa, la tercera mayor fortuna andaluza tras la Casa de Alba y
Luis del Rivero, con un patrimonio de 850 millones de euros, según Forbes,
planifica dos hoteles de lujo, un centro comercial y 50 villas con
atraque. Suyo es el Santa María Polo Club. Y parte del negocio de
embotellado de Coca-Cola. A su estela, la comarca entera espera
convertirse en algo llamado “distrito equino”. Un paraíso de la hípica.
Abierto todo el año. Bien visible y promocionado. A medio camino entre
Dubái y el continente americano. Adiós al edén vedado. Aunque llevaba
años incubándose. Al final de los ochenta, Sotogrande salió a Bolsa a
1.130 pesetas la acción y la urbanización comenzó a crecer y abrirse.
Hoy, uno ya no encuentra solo multimillonarios. “Hay distintos niveles”,
zanja un veraneante con apartamento cerca del puerto. Se venden pisos
por 130.000 euros. La apertura de la verja también contribuyó a la
llegada de nuevos propietarios. Hay mil personas de Reino Unido censadas
todo el año. Muchos, llanitos como Tom, que resume con un suspiro las
bondades del lado de acá: “Uff… aquí hay espacio”. Añade haber pasado
momentos tensos, como el verano pasado, cuando se quemaron coches con
matrícula de Gibraltar.
En los ochenta llegó también Adrian van Loon, un consultor holandés
que hoy preside la Asociación Cultural de Sotogrande. Tomando una caña
tras el polo, dice que al principio no era capaz de explicar a sus
amigos dónde vivía: “Esto no existía en el mapa. Tenía que dibujarlo”.
La Ryder Cup, celebrada en 1997 en el Club de Golf Valderrama, ubicó
definitivamente el territorio, según Van Loon. El club se encuentra en
la parte alta. De su remozado definitivo se encargó Jaime Martín Patiño,
nieto del emperador de las minas de estaño de Bolivia. Cuando llegamos,
hay una fila de coches en el aparcamiento. Por orden: Jaguar, Mercedes,
Lexus, Mercedes, Volkswagen, Porsche, Mercedes. En verano solo admiten
socios. Y a sus invitados. El director general, Javier Reviriego, no
facilita la suma de la cuota anual. Pero sí el precio por jugar 18
hoyos: 350 euros. “En línea con los mejores campos del mundo”, subraya.
Estos días ha estado echando unas bolas el cocinero José Andrés. Un
caddie nos sopla que Esperanza Aguirre suele dejarse ver. Pero tampoco
son demasiados abonados: 450. Y muy pocos se cruzan. Es parte de la
filosofía. Una burbuja dentro de la burbuja. Un paseo entre los
alcornoques le baja a uno las pulsaciones. No se oye un murmullo: el
viento azotando las copas, el golpe de una madera a lo lejos. La vista
en el hoyo 11 hacia las aguas del Estrecho resulta espectacular.
Por esas mismas aguas suele salir a pescar Antonio Garrigues Walker
temprano. Tiene 79 años y dice sobre la perspectiva de cumplir 80: “Os
aseguro que acojona”. Por eso, a las nueve, lleva ya una hora de
estiramientos. Le seguimos al volante de un Ford Fiesta de los noventa.
Para a comprar tres periódicos. Desde el pantalán, se sube de un brinco
al Marta II, y saluda a Juanmi, el algecireño que le acompaña desde hace
12 años en esta “cajita”, así llama el presidente del bufete Garrigues
al pesquero que uno puede recorrer en cinco pasos. Lleva cuatro cañas en
la popa. Antes de salir a faenar, atraca junto a Ke, una de las
cafeterías más concurridas del puerto. Al verle, un camarero exclama:
“¡Hombre! Ahora ya sí que es agosto”. Y se dirige a él por su nombre:
“Señor Walker”. Pide café solo. Comparte unos churros con su marinero. Y
enseguida arranca el barco que ronronea como un gatito. Da una vuelta
por la marina, una zona de apartamentos con atraque a la puerta. Los
canales recuerdan vagamente a Venecia. Hay un yate de 23 metros
encajonado entre edificios y, cuando lo dejamos atrás, Garrigues define
la época que atraviesa Sotogrande: “La masificación”.
Él llegó cuando esto “era una parcelita”. Es de los primeros
moradores. El despacho de su familia se encargó de los asuntos legales
de la operación. Él, a su vez, es concuñado de Jaime Zóbel de Ayala, uno
de los fundadores. No ha fallado un verano desde los sesenta. Y
mientras atraviesa la bocana del puerto, cuenta que lo que más le atrae
de este refugio es el mar. Si puede, sale cada mañana, lanza los
anzuelos y navega en paralelo a la playa casi hasta Gibraltar. Se ven
búnkeres de la guerra civil y paseantes en la orilla. Los peces no pican
demasiado. Es lo de menos. Lee la prensa. O repasa su obra de teatro.
El día antes de salir a pescar, nos cita al atardecer en su casa para
asistir a un ensayo. Quedan cuatro días para la función. La vivienda es
sencilla y antigua. Un chalé de ladrillo blanco y dos alturas. Hay
cinco coches a la puerta, síntoma de que allí dentro, en la intimidad,
se cuece algo. La puerta se encuentra abierta. Atravesamos el salón
hasta el jardín donde hay colocadas 200 sillas sobre la hierba, frente a
dos escenarios. Un cartel expone: “El pasado que empieza. Tres poemas
en homenaje a todos los recuerdos, de Antonio Garrigues Walker”. Los
actores van llegando. Entre ellos, el economista Carlos Rodríguez Braun,
el director general de Becara, Johnny Aranguren y Lupe Barrado, que fue
actriz hace tiempo. Este año presenta “una obra menor”, explica
Garrigues. Desde que organiza el evento, hace 42 años, solo falló en
2013, cuando su mujer sufrió un ictus del que parece haberse recuperado.
Hoy circula por la casa dando instrucciones. Y él le pregunta
constantemente: “¿Te gusta?”, mientras se mueve arriba y abajo entre las
sillas y escucha declamar a los actores frases existenciales, pues este
es el sello Garrigues: “¡Que levante la mano quien confíe aún en la
libertad auténtica…!”.
Cae el sol y el puerto se ve de color dorado desde el jardín. Aparece
otro de los intérpretes clásicos, Tomás Gaytán de Ayala, conde de
Valdellano, que este año ejerce de presentador. Y también llega Ana
Luisa Elzaburu, condesa de Buena Esperanza, que se encarga de la puesta
en escena y del vestuario; y hermana de Gloria Marroquín, otra de las
veteranas, que recita: “… una noche de agosto de un verano tristísimo.
Te dormiste en mis brazos con una caracola y un espejo”. Cuando algún
actor se traba, Garrigues dice en voz baja que le va a dar un infarto en
el estreno. Y comenta que una vez saltó el riego con mil personas en el
jardín. En más de una ocasión le ha llovido. Por eso, al día siguiente,
a bordo del barco, le pregunta a Juanmi con insistencia si ha cambiado
la predicción meteorológica para la noche en cuestión. “Ocho nudos y
viento del Este, don Antonio”. De momento, frente a la playa, solo ha
picado una caballa delgaducha. La superstición marinera ha llevado a
pensar a la pareja que si divisan alguna mujer en toples en la arena
tienen pesca asegurada. Y así, con más bien poca captura, suelen
regresar cada día a puerto. Aunque es probable que en un futuro próximo
haya más suerte.
Enlace:
http://elpais.com/elpais/2014/08/26/eps/1409074603_446256.html?rel=rosEP
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http://elpais.com/elpais/2014/08/26/eps/1409074603_446256.html?rel=rosEP
Artículo de Ana Marchessi, 25 de agosto de 2014
Cartas de Sotogrande
Ana Marchessi
Periodista. Asesora de comunicación y PR. Eventos especiales.
@AnateMarchessi
21.08.2014
Finalizados
mis días de desconexión total en excursión por diversos rincones de la
geografía española como si fuera una auténtica Mowgly, llego a
Sotogrande, un lugar muy querido por lo bien que me acoge. Porque me
arropa de una forma especial.
Sotogrande es un privilegio que se encuentra en San Roque
(Cádiz) donde el Mediterráneo se vierte al Atlántico, un enclave
residencial exclusivo que despierta filias y fobias.
Me ha sorprendido lo mucho que se escribe de Sotogrande. Y no me
refiero a lo que escribe mi querido Miguel Ángel Abad que sabe, como
nadie, cómo pasar un buen rato por estos lares. Me refiero a lo que leo
en diversos medios de comunicación en los que a este particular enclave
de riqueza en la deprimida provincia de Cádiz se le dedican unas
lindezas que no voy a repetir. Y me sorprende lo poco
documentadas que están muchas de estas informaciones y lo poco que
conocen este lugar quienes tan mal hablan de él.
Voy a recomendar por ello a todos, pero ante todo a los
bienintencionados, la lectura de un libro que ha escrito el periodista
Joaquín Santaella con motivo del 50 aniversario de la fundación de
Sotogrande. En las 'Cartas de Sotogrande' dirigidas a una amiga,
el autor nos desvela numerosas historias a cual más interesantes, sobre
su origen y medio siglo de existencia.
Puerto de Sotogrande
¿Sabías que el fundador de Sotogrande era Joseph MacMiking? ¿Quién
era Joseph MacMiking? ¿Qué quería hacer en Sotogrande? ¿Cómo es la
sociedad que vive en ella? Vamos descubriendo en este libro paso a paso
qué es y cómo se vive en este lugar y os puedo asegurar que en Sotogrande sí pasan cosas.
Sotogrande es un lugar privilegiado, magníficamente situado en el que
se pueden hacer miles de planes, muchos de ellos casi imposibles de
encontrar juntos en España: playa, navegación, jugar al golf, paddle
surf, disfrutar de un magnífico espeto de gambones o de un partido de
polo. Un lugar tranquilo, familiar, en donde priman la tranquilidad y la
privacidad y en el que transcurren permanentemente miles de historias
interesantes que jamás serán contadas porque Sotogrande, como bien dice
Santaella, "es un terreno poco dado a la noticia y mucho a las vivencias personales".
Enlace:
http://theobjective.com/theluxonomist/es/ana-marchessi/2014/08/20/cartas-de-sotogrande
viernes, 5 de septiembre de 2014
"Cartas de Sotogrande en la revista Jot Down, agosto 2014
«Sotogrande es España pero no es España»
Publicado por Berta González de Vega
Sotogrande para la mayoría de los españoles es una famosa levantando una copa de plata en un torneo de polo en las páginas del Hola
en la peluquería o en el cuarto de baño para los lectores vergonzantes.
Alguna modelo y un jinete sudoroso y forrado que juega a un deporte que
no lucha por audiencias televisivas. Sotogrande, para la minoría que
lee periódicos, es el Tostóngrande de las crónicas de verano de Carmen Rigalt, cuando alude a la función de teatro que organiza todos los años Antonio Garrigues Walker en su casa de veraneo. Antonio ¿qué?, no, esa foto ya no sale en las revistas de peluquería de barrio. Sí puede ser que salga Ana Rosa Quintana, que es muy de Sotogrande, igual que Inés Sastre.
Pero no es lugar de famoseo. Eso se lo dejan a Marbella, tan cerca, tan
lejos. Porque Sotogrande es esa llanura verde, la desembocadura del río
Guadiario, que, en la bajada desde Manilva, parece una alfombra que
lleva hasta el peñón de Gibraltar. Tan lejos y tan cerca, también, de
Tarifa, donde llegan otro tipo de inmigrantes, pateras y cometas en el cielo.
Es
un sitio raro. Urbanización capaz de crear pueblecitos alrededor. Para
el servicio, claro. Igual que en una casa amplia está la zona que ocupa
la interna, en la trasera de Sotogrande se fue haciendo hueco para que
vivieran los jardineros, los manitas, la clase trabajadora de un sitio
donde se juega al golf y al polo. Son unas avenidas planificadas como en
California a principios de los años sesenta que, a lo tonto, han
acumulado cincuenta años de trozos de césped bermuda perfectamente
peinado en la entrada de las casas. El sueño de Joseph McMicking,
el filipino de ascendencia anglo y española, pasado por Stanford, que
quiso hacer la mejor urbanización del mundo con un kilómetro de playa y
mucha agua para regar campos de golf.
¿Cómo
se vive en un enclave semejante? ¿Cómo ha evolucionado su vecindario?
¿Existe acaso ya el habitante de Sotogrande durante todo el año? Pues
sí. Joaquín Santaella es uno de ellos. Este periodista y escritor acaba de publicar Cartas de Sotogrande, en Edinexus,
un volumen donde, a través de cartas a una amiga que no entiende cómo
se puede vivir allí, va explicando cómo es el día a día de una colonia
extraña, porque, como dice una de las niñas del colegio internacional de
la urbanización: «Sotogrande es España pero no es España».
Esa
es la sensación que se tuvo cuando se celebró en Valderrama la Ryder
Cup de 1997. Estábamos en España, había españoles entre el público, pero
fundamentalmente extranjeros apasionados de aquellos swing, putts,
hoyos. Extranjeros con dinero y chubasquero tirando de sus
sillas-bastón mientras nuestros políticos horteras daban buena cuenta
del jamón en las carpas de cortesía. En el mejor campo de golf de Europa
continental, como pretendió Jimmy Ortiz Patiño,
su presidente, descendiente de reyes del estaño bolivianos, habitante
más que temporal de Suiza, anglo por educación, ciudadano del mundo que
nada tiene que ver con el anuncio de la cerveza San Miguel y sí con esa
condición de élite que no entiende de fronteras. A su funeral, cuenta
Santaella en su libro, acudieron los trabajadores del campo en mono de
trabajo, a modo de homenaje al patrón exigente que, a la vez, estableció
las primeras becas en España para formar a greenkeepers en EE. UU.
Aquella
Ryder fue todo un hito, aunque lloviera casi como en el monzón. Cuatro
días que dieron empleo a toda la comarca durante meses. Casas que se
alquilaron a precios de agosto. Como la de Loreto Vega de Seone y su marido, Philip Ogilvie. En su casa se dio de cenar a los Bush, los senior, Barbara y George,
y su marido, un reconocido auditor de cuentas, doctor en Teología por
Oxford, no dudó en ejercer de mayordomo muy bien pagado durante unos
días en su propia casa, protagonista, sobre todo la cocina de Loreto, de
muchas de las escenas del libro de Santaella.
Antes
de la Ryder y después se celebraron en Valderrama varios Volvo Masters,
que era el premio que ponía el broche a la temporada del Tour Europeo.
Fotos de aquellos putts, drives y del público cuelgan
en el Ke, el bar del puerto deportivo que es el centro neurálgico de la
vida de la urbanización durante todo el año.
No fue Valderrama el primer campo de golf. Ese honor es del Club de Golf Sotogrande, el primer diseño de Robert Trent Jones
en Europa, que eligió personalmente los terrenos y plantó un tipo de
bermuda desconocido en España. Primero los hoyos, luego las casas. El
dibujo de la casa club lo firmó Luis Gutiérrez Soto, máximo exponente del racionalismo en España.
Solo
entonces se empezaron a construir las casas. Y las piscinas. Era la
España del 600, de Benidorm y de las piscinas sindicales donde apenas se
cabía para hacer unos largos. Eso era privilegio en Madrid de los
socios de Puerta de Hierro y el Club de Campo, de los huéspedes de algún
hotel y de los clientes de alguna privada como la de El Lago. Pero las
había en las casas de Sotogrande. Algunas de ellas, a principios de los
setenta, fueron fotografiadas por Slim Aarons, retratista de la jet internacional, posando en jardines y piscinas en Costa Esmeralda, Acapulco, Palm Beach y la Costa Azul. Aquí están algunos de los apellidos emblemáticos de los pioneros de la urbanización: niñas Melián, Zobel, Rothschild, Vállejo Nájera. Fue Freddy Melián
el encargado de buscar los terrenos a MacMicking y allí se quedó desde
el principio, a supervisar unas obras con calidades de urbanización de
lujo de California, donde había estudiado y hecho negocios su jefe. Ese
bucle curioso del mejor turismo en el sur de España: copia de California
que, a su vez, imita la arquitectura señorial andaluza.
Porque,
aunque la casa club la firmara Gutiérrez Soto, algunas de las casas más
emblemáticas de Sotogrande dejaron el racionalismo y prefirieron
recrear el cortijo andaluz con arquitectos como Rafael Manzano, premio Richard H. Driehaus de arquitectura clásica, que no todo va a ser el Pritzer. Manzano diseñó La Manzana, la casa de Joseph Kanoui, el discreto empresario francés responsable de Cartier. En 2006, en plena burbuja, el Sunday Times informaba de que la casa estaba a la venta por veinticuatro millones de euros.
Pero el lujo ostentoso no es el sello de Sotogrande, más allá del tamaño de los casoplones. De hecho, cuenta una hija de Melián aquí que
cuando Slim Aarons iba a hacer fotos a Sotogrande tenía ciertas
dificultades porque «las familias que iban allí eran glamurosas por ser
cero glamurosas». De hecho, en sus décadas iniciales, había «bola negra»
en Sotogrande. Se le dijo que no a Sean Connery, por ejemplo y tampoco, según cuenta Santaella, cundió el entusiasmo cuando Frank Sinatra,
que acudió a cantar a la inauguración del Club de Playa o Cucurucho,
mostró interés por el enclave. Tampoco querían a dictadores
sudamericanos. Sí consiguieron casa embajadores de EE. UU. en España o,
por ejemplo, Antonio Muñoz Cabrero, ese primo de Emilio Botín, guapo, casado con una Furstenberg
en la catedral de San Patricio, que aparece en el libro buscando a
Tronco, su perro. También era banquero, máximo responsable de Citi, George Moore, fallecido nonagenario en su casa de Sotogrande. También se murió allí su hija Pia, cuyos amigos mantienen la página en Facebook In loving memory
de Pia Moore, una manera de hacerse una idea de las vidas de estas
chicas que reparten su tiempo entre universidades de EE. UU. y España,
con el inglés como idioma casi principal.
Una
parte interesante del libro es la que se dedica al servicio. Desde la
asistenta, hija del chófer de McMicking, tío Joe, hasta los filipinos,
con su asociación y todo, de la que forman parte ciento doce y se reúnen
al lado de la iglesia. Alguno de ellos llegó para servir a los Zóbel, familia del fundador, como los Ayala, introductores del polo en la desembocadura del Guadiaro. De hecho, uno de ellos, Enrique,
se quedó paralítico jugando al polo. En verano, durante los torneos,
las canchas se llenan de millonarios sudamericanos, de indios, ingleses y
apellidos españoles como Urquijo, Domecq o Figar.
Allí tienen casa los Vallejo-Nájera y, cómo no, los Zóbel. Fernando, uno de ellos, pintor abstracto reconocido, fue el más importante impulsor del museo de arte abstracto de Cuenca y amigos como Gerardo Rueda, también pintor, decoraron algunas de las casas de Sotogrande, de esas que siguen llenando las páginas de Casa y Campo.
Pero
Sotogrande va cambiando. Hay más pisos. En agosto, se llena todo de
todoterrenos oscuros con familias clónicas que vienen de Madrid, los
niños vestidos iguales, las internas de uniforme. Pero en las casas ya
no hay sitio para ellas y duermen en un hostal en los alrededores, según
cuenta Santaella. Para los que no tienen casa, hay más arriba un hotel
NH con ofertas más que razonables de media pensión. En la zona alta de
la urbanización se han construido unas casas poco acordes con el
espíritu original. Casas trofeo de los rusos que han empezado a llegar,
con mucha vigilancia. Ellas, más ostentosas que lo que se precisa en el
polo. A los de toda la vida tampoco les gusta hablar de Correa, el de la Gurtel, o de Miguel Blesa, que se pasea ufano por el puerto y por el mercadillo.
Quien
espere encontrar en esas tardes de polo pamelas y joyones se equivoca
de sitio. Allí se va en vaqueros viejos y camisetas gastadas. De hecho,
Santaella cuenta en el libro que el ir vestido con ropa muy manida, al
más puro estilo de los lores ingleses que le dejaban la nueva a los
mayordomos, se ha llevado a un punto esnob en la urbanización. En Soto.
En esas tardes donde hay tiempo para admirar la pintura de un hermano de
Esperanza Aguirre en un hotel o pasarse por la galería de Nando Argüelles, donde ahora expone Mónica Ridruejo o Isabel Andrada Vanderwilde, por ejemplo. Todas «encantadoras», seguro. Como este libro que nos habla de ese sitio extraño que ya tiene medio siglo.
La última noticia sobre Sotogrande habla de la inauguración de Trocadero
en el club de playa. Ya hay dos en Marbella. A la fiesta acudió el
millonario Carlos Slim. Arriba, en Castellar de la Frontera, tiene casa
su amigo Felipe González. En los ochenta estaba lleno de hippies. Hasta allí subían los niños bien de Soto a por algún porrito. Eso no aparece en el libro. Total, ahora no quedan hippies. Aunque, algunos, en el polo, vayan casi vestidos de ellos. Hippy chic. Shabby chic. Sotogrande. Raro.
Artículo en "El Mundo", 15 de agosto de 2014
50 años de Sotogrande
De la ciénaga a El Dorado
Vista aérea del Club Sotogrande en la actualidad.
EL MUNDO
-
La exclusiva urbanización gaditana, por donde han pasado celebridades como los Bush, Maria Callas o Frank Sinatra, celebra sus primeros cincuenta años
JESÚS NIETO JURADO
El fundador del Club Sotogrande, J. Mcmicking, (a la derecha) con Domenec de la Riva
Bajo la sombra del Peñón y muy cerca de donde el río Guadiaro
curva entre lagunas sus marismas, Sotogrande aparece como un oasis de
verdor y lujo en la deprimida comarca del Campo de Gibraltar (Cádiz).
Ubicada estratégicamente casi entre tres mundos y dos mares, Sotogrande
pertenece a la villa de San Roque, pero la pujanza de la urbanización es
tal que la convierte de facto en una localidad aparte que brilla con
luz propia cinco décadas después de que McMicking inventara su leyenda.
Joseph McMicking fue en la alborada de los 60 lo que hoy
conoceríamos como un foráneo emprendedor. Oficial del ejército
americano, McMicking, que incluso luchó en la batalla de Filipinas con
el recordado Douglas McArthur, contrajo nupcias con una filipina de
posición acomodada de ascendencia española, Mercedes Zóbel.
Pues bien, el susodicho fundador de Sotogrande (como escapado de
una novela de García Márquez) tenía el anhelo de implantar un complejo
residencial en España al modo de las urbanizaciones norteamericanas, y
más como un capricho arquitectónico y urbanizador que como un un mero
negocio -que también- al aire de no pocos tratados sobre el más idílico
urbanismo residencial gringo.
Tal y como aventura el escritor algecireño JJ Téllez, J.
McMicking queria "completar el Imperio de la Costa del Sol con una
inversión inicial de capital filipino y norteamericano que se cifró en
unos dos mil millones de pesetas" y a ello puso a su subalterno Freddy
Melián quien, tras buscar por Formentera y otros parajes patrios,
encontró el Edén de Sotogrande a partir de la finca principal de
Paniagua, a unos cuantos kilómetros del Peñón, de la Costa malagueña y
de sus no pocas ventajas. Algo que causaría la extrañeza de los
"camperos" de la campiña del Guadiaro, para quienes esas tierras no
"servían ni pa sembrar papas". Qué ironías.
Sobre el origen de la urbanización, el periodista Joaquín Santaella, escribe en su reciente Cartas de Sotogrande,
y citando a un testimonio, que el Sotogrande de los inicios estaba
constituido por unas fincas rústicas sobre las que pesaba la prohibición
de ser vendidas a extranjeros ; sin embargo, los contactos con el Pardo
lograron sortear este impedimento con una cláusula expresa e insistente
de Franco: que jamás se vendieran las tierras a yanitos. Claro que con
el paso del tiempo, la urbanización se convertiría en el preciado objeto
de deseo de la "jet gibraltareña" y, cómo no, de los pueblos de
alrededor como Castellar o La Línea para los que disponer de un hijo
trabajando de caddie en el Club de Golf significaba un plato más en la
cena.
En el libro Yanitos, viaje al corazón de Gibraltar, rememora JJ Téllez que poseer una segunda vivienda en Sotogrande ha sido símbolo de poder en el establishment
del Peñon desde la apertura de la Verja, y que hasta la clase
media-alta de la Colonia empezó a colonizar urbanizaciones colindantes
de inferior rango, como Los Cortijillos o Torreguadiaro, emulando a los
pudientes de la Roca que, como Picardo o Caruana, figuran en su lista de
residentes.
Un punto decisivo en la génesis de Sotogrande fue el proceso de
adquisición de los espacios rurales para la construcción del núcleo
urbano. Juan I. T. Huertas recuerda que a los propietarios de las fincas
que componen el solar primigenio de Sotogrande se les compraron las
tierras a unos "precios elevados para el entender de la comarca", pero
"ínfimos en comparación a las cifras que manejaban las esferas
financieras de la época". Huertas comenta que "a uno de los
propietarios, el miembro menos lúcido de la saga de "los Morringas" de
Jimena, el emisario de McMicking (que algunos creen antiguo testaferro
de la familia Marcos) le compró la finca por 50 millones de pesetas.
Haciendo alarde del abultado fajo de billetes, el nuevo rico fue
paseando su buena ventura invitando en los bares de la zona. Cuando supo
que el barrizal de su vendida finca habría multiplicado su valor en un
breve lapso de tiempo -concretamente en 950 millones-, se ahorcó en una
encina a orillas del río Hozgarganta". Igualmente se rumorea en la
comarca que cuando a otro de los propietarios le ofrecieron el doble de
lo estipulado por sus terrenos, tuvo tal sobresalto de dicha que murió
de un infarto repentino. Se sabe asimismo que McMicking se negó en
rotundo a que los dictadores latinoamericanos se instalasen en su
quimera: historias, varias, que engrandecen el mito del complejo
urbanístico.
Hoy, cincuenta años después del sueño de McMicking, Sotogrande,
entre campeonatos célebres de golf y polo, sigue siendo el epicentro del
verano más elegante de los confines occidentales de la Costa del Sol,
allá donde los vientos mecen las buganvillas y esparcen el dulzón olor
de los jazmines. Cincuenta años no son nada, o son mucho, pero guardan
la memoria de haber visto desfilar por sus calles a Frank Sinatra o
llorar a María Callas sus desamores mientras por la otra acera podían
pasear despreocupados los herederos de cualquier casa real bajo la
mirada del histriónico Fabian Picardo.
Por milagro o por un compromiso secreto con la identidad de
Sotogrande, la marca de la urbanización conserva, a su medio siglo, un
plus de refinamiento frente al empuje eslavo o "estilo nuevo rico" de
las cercanías. Por algo, el exitoso publicista linense, Juan A.
Corbacho, sigue viendo a Sotogrande como "la Marbella en plan culto,
pisha".
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